sábado, 28 de junio de 2025

Árbol y Ceniza (2012) - Comentario a la obra de Karlés Llord

La carga que llevan consigo las dos simples palabras que forman el título de este texto, puede pasar desapercibida a primera, e incluso a segunda vista. Más allá de los significados inmediatos y las connotaciones que estos pueden evocar en la mente de las personas, lo cierto es que para los viejos alquimistas (y también para unos pocos de los nuevos), el árbol y la ceniza simbolizaban etapas cruciales en el curso de la Gran Obra.   

En el caso de la obra de Karlés Llord (tributaria sin duda de la Gran Obra alquímica), estas dos palabras se enlazan directamente con las dos primeras partes del ciclo Inferno. Kounboum, el árbol de la escritura, el árbol textual, conforma el primero; Cinis Cinerum, la ceniza de cenizas del cine, forma la segunda. Ambos libros, extensos en sus dimensiones físicas y aún más en sus dimensiones sutiles y profundas, comparten un lazo mucho más hondo que el de ser sucesivos miembros de un cuerpo más grande. Ambos libros son reflejo de un viaje, un viaje emprendido por el autor (¿los autores?) que, siguiendo la máxima “como es arriba es abajo” de la Tabula Smaragdina, se corresponde con el Gran Viaje Sin Retorno de los alquimistas. Sin duda, quien haya pasado por estos libros, ha salido cambiado de una manera u otra, y de manera irreversible.

Kounboum es un libro pesado. Es un libro que no se puede leer cómodamente si no se cuenta con el apoyo de una mesa. Claramente, es un libro que no se puede leer caminando, ni tampoco acostado. Exige, como una celosa consorte, su espacio exclusivo y total dedicación. Su formato cuadrado y su diagramación le añaden, además, una presencia monolítica un tanto abrumadora, que cuesta superar a la primera. Una vez asumidas y cumplidas estas necesarias restricciones y condiciones impuestas por el libro (y por el autor), nos aguardan desafíos cada vez más difíciles como lectores, la mayoría de nosotros acostumbrados a la literatura común y no a la escritura torrencial. En esta y en muchas otras características, Karlés Llord se hermana sin duda con los pocos sabios herméticos que decidieron volcar su saber al papel en lugar de sumarse al mayoritario silencio del adeptado. Ellos más que escribir libros, escribían inmensos e intrincadísimos laberintos, que solo los más aptos eran capaces de sortear en pos de seguir las huellas de Natura.

Cuando ya nos hemos adentrado un poco en el texto de Kounboum comienzan las reiteradas destilaciones textuales a las que Llord y sus secuaces nos van (y se van) sometiendo a fin de despojarnos de nuestra incrustada carga de prejuicios literarios y abrirnos los ojos a una lectura desnuda de un texto a su vez densamente vestido. Es decir, el texto nos despoja (si resistimos el proceso y no abandonamos la lectura) de nuestros ropajes literarios, mientras que él permanece perfectamente entero y cubierto, dejándonos en clara desventaja. Luego de que el lector ha perdido el pudor de su desnudez, es cuando comienza realmente la lectura de Kounboum y vamos descorriendo uno a uno los velos que ocultan a su vez otros velos; velos que van dejando sus marcas leves e irreversibles en nuestra mente y espíritu. Las sucesivas destilaciones nos preparan para entrar en los misterios del texto, de manera que vamos siendo cambiados a medida que creemos comprender los vínculos y no-vínculos entre los diversos personajes, los diversos tiempos y lugares que son visibles en la hiper-red que una silenciosa Araña va tejiendo en las ramas de este árbol textual.

Es en este sentido, en el del camino largo, tortuoso, lleno de obstrucciones y desafíos, y lleno de sucesivas destilaciones y depuraciones, en el que creo que Kounboum, la primera parte del ciclo Inferno se asemeja a la “vía húmeda” de los alquimistas; la “vía larga” o “vía tradicional”, la que estaba reservada para los ricos y pudientes, que eran capaces de hacerse de los instrumentos y equipos necesarios y del largo, en ocasiones larguísimo tiempo de dedicación exclusiva que requiere la ejecución de la Gran Obra por esta vía.

Cinis Cinerum es muy distinto en muchos aspectos a Kounboum, tanto que, a primera vista, es difícil reconocerlos como parte del mismo ciclo. Ambos libros son como hermanos gemelos, cuyos padres han hecho todo el esfuerzo por diferenciar lo más posible. Los han vestido distinto, los han educado de diferente manera, y han resaltado en cada uno las cualidades que los diferencian más que las que los unen. Pero por más esfuerzos que se hagan, siguen siendo hermanos gemelos. La primera diferencia notable es la factura del libro: este está dividido físicamente en dos tomos en lugar de ser uno solo más grueso como Kounboum, que vienen insertos en un estuche. El formato es oblongo como la mayoría de los libros, y su diseño en general difiere mucho del de su predecesor. Pudiera parecer obvio que el hecho de estar publicado por editoriales diferentes (Corriente Alterna y Al Aire Libro respectivamente) fuera la causa de estas diferencias, pero tiendo a pensar que en el mundo llordiano las cosas la mayor parte de las veces no son lo que aparentan. Lo cierto es que las diferencias no terminan en el plano físico (incluso un tomo de Cinis Cinerum puede ser llevado cómodamente en cualquier maletín y leído en el metro o en la micro) sino que también se extienden al texto mismo del libro y a sus ramificaciones. El texto ya no presenta, por lo menos en sus primeras 100 páginas, las sucesivas destilaciones y depuraciones a las que nos sometía Kounboum. Se nos presenta una prosa bella y depurada, una prosa que ya ha sufrido sus digestiones, y un cúmulo de historias que giran en torno a los temas de Inferno pero desde una perspectiva distinta a la de Kounboum. De alguna manera, Cinis Cinerum en su claridad y belleza formal, nos hace una gran concesión como lectores, y nos permite, ya habiendo pasado por el tamiz de Kounboum, hacer una lectura más libre, menos constreñida. Ahora bien, estas cualidades no disminuyen en nada la profundidad de la obra; por el contrario, la aparente accesibilidad nos hace sopesar de una manera tangible los abismos y las cumbres, las simas y las cimas que se esconden entre las huellas dejadas por los personajes (no hay que olvidar que los viejos sabios decían que nunca hablaban más oscuramente que cuando lo hacían claramente, y nunca lo hacían más claramente que cuando hablaban oscuramente, ya que esto parece haber sido tomado muy en cuenta por Llord). Es una vía de entrada distinta al mismo misterio. Es por esto que siento que Cinis Cinerum se asemeja a la “vía seca” de los alquimistas, la vía de los humildes, que no pudiendo acceder a los costosos aparatos y no pudiendo disponer de mucho tiempo de dedicación, son premiados por su perseverancia con una vía secreta, con un atajo oculto al Misterio de la Gran Obra. Kounboum y Cinis Cinerum serían para Inferno lo que la vía húmeda y la vía seca son para la alquimia: dos caminos que conducen al mismo misterio, y que pese a ser desemejantes en la forma, no lo son para nada en el fondo. Son verdaderamente lo mismo.

Robert Allen Bartlett nos dice, en su libro Real Alchemy de 2007, lo siguiente con respecto a la calcinación espagírica: “Para obtener la sal, el material de la planta extractada se seca y se incinera hasta obtener ceniza. Esto purga las impurezas acumuladas y los componentes estructurales, que protegían a la planta en el entorno en que crecía. Sirvieron a su propósito pero ya no son necesarios. La ceniza grisácea o blanquecina que obtenemos se disuelve en agua, que a su vez se filtra: el líquido se evapora y queda una sal blanca cristalina y purificada. Esto representa la sal alquímica, el verdadero cuerpo de la planta.”

Cinis Cinerum, además de ser un libro, es un proceso muy oscuro de la Gran Obra, que ha sido mencionado por muy pocos autores. Es la ceniza de cenizas de la que se extrae un cuerpo precioso, vital para obtener el lapis philosophorum. Karlés Llord toma este significado oscuro y lo asocia, en un juego de palabras que sin duda Fulcanelli aprobaría dentro de su cábala fonética, con el cine, y así Cinis Cinerum  puede leerse como “las cenizas del cine”. Más allá de esto, la cita precedente tiene como fin evidenciar el estrecho vínculo no aparente que unifica a estos dos hermanos gemelos altamente diferenciados que son los dos libros de Llord. El árbol, el cuerpo vivo de la planta, el cuerpo imbuido de su alma y su espíritu, ha sido despojado de ambos por los procesos del alquimista y ha devenido un cuerpo muerto. Muerto pero no por ello despreciable; todo lo contrario, es en esos despojos en donde se oculta la sal, fundamental e imprescindible para la Obra. Lo que está vivo en Kounboum —sus múltiples capas de texto, su tronco y corteza, sus ramas y hojas llenas de escritura, sus destilaciones y depuraciones y putrefacciones y digestiones—, en Cinis Cinerum ha sido calcinado y depurado; es la esencia, la sal alquímica que es el “verdadero cuerpo”. Así, lo que era necesario en Koumboum, todas sus estructuras vitales, sus torres, sus construcciones y andamiajes, ya no son necesarios en Cinis Cinerum que ha devenido en la sal, en el cuerpo verdadero. No quiero decir con esto que Kounboum esté vivo y que Cinis Cinerum esté muerto, sino que ambos representan distintas etapas de una sola vida, una vida anterior a la vida material, una vida eterna que anima la materia y no al revés. Con estos dos libros Karlés Llord nos regala dos maneras de leer, dos maneras de proceder, dos maneras de escribir, dos maneras de develar y dos maneras de vivir el mismo misterio, que está inscrito en lo profundo de su ciclo Inferno.


Alevi Peña

Lo que se siembra en Temuco se cosecha en Santiago. 14 de octubre de 2012.

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