Si alguien nos preguntara en la calle, a pito de nada, quién fue Violeta Parra, tal vez una de las primeras respuestas que la intuición nos pondría en la mente sería la de cantante. Unos segundos más de reflexión tal vez nos harían definirla como cantautora, es decir alguien que no solo canta, sino que además inventa las canciones que canta. Pero ese término cantautora me parece un tanto mezquino. Es como si hubiera sido inventado –y no digo que necesariamente así sea– para evitar usar otros dos términos, términos que no suelen aplicarse a artistas llamados «populares» y que, si son usados, tampoco suelen ir en la misma sentencia: poeta y compositora. Hoy en día pensamos en la poesía como algo que reposa ahí en los libros, adentro de ellos, pero pocas veces como en algo vivo que habita dentro de nosotros. Lo mismo pasa con la música. La música –si es que está en alguna parte– está en el MP3, en el disco, inclusive en el concierto, pero no en nosotros mismos. Creo que en esta visión separatista del los géneros artísticos –una de las herencias menos felices del pensamiento analítico de la ilustración y del materialismo decimonónico–, nos impide mirar con profundidad y lucidez el por qué ciertas formas de arte –a veces llamadas «gran arte» o «arte mayor»– nos conmueven tan profundamente como lo hacen, y pueden llegar a remecer los cimientos mismos de lo que llamamos nuestra existencia. El pensamiento analítico nos ha dado casi todas las comodidades modernas, pero poco o nada de comprensión sobre nuestra vida interior, sobre el espíritu humano. Es en ese vacío en donde los grandes artistas han llevado siempre la delantera. Una de esas grandes artistas, señeras y visionarias, que con su arte miran a lo profundo y a su vez nos hacen mirarnos en lo profundo de nosotros mismos, es Violeta Parra.
Violeta Parra nos exige –para poder apreciarla– vivirla, no solo analizarla. Es por eso que esta charla quiere ser breve, ya que lo importante es el concierto, la experiencia misma, pero valga este espacio para poder introducir una idea que, no por poco explorada es menos evidente una vez que se la descubre: a Violeta Parra como una gran poeta épica de nuestros tiempos y a su obra como alta poesía. Sí, épica, porque su poesía vive en el habla y el canto, no el papel (la misma definición de épica se refiera expresamente a la poesía cantada, nunca escrita), y porque canta los hechos de su gente, de su pueblo, los hechos de su vida y de su corazón y a través de sí misma canta por todos nosotros. «El canto de ustedes que es el mismo canto / y el canto de todos que es mi propio canto». Lo dijo ella misma, y lo volveremos a escuchar más a delante.
Sus canciones son poemas de altísimo nivel, y ya sean cantados, recitados, o simplemente leídos en voz baja, nos traspasan una música única y fundamental, que va más allá de cualquier instrumento; nos comunican una poesía que no se dice con letras ni con lenguaje. Ella nos demuestra de forma palpable que poesía y música son inseparables –pese a los esfuerzos de los amantes de la especialización–, y que todo músico tiene en sí el germen del poema, y que todo poeta, aunque cree que solo escribe, siempre está haciendo música. Ya volveremos sobre este asunto hacia el final.
Volviendo a Violeta, su imagen cantando acompañada de su guitarra u otro instrumento de cuerda es una que todos podemos formar fácilmente en nuestra imaginación. Mucho menos común es la imagen de Violeta sentada en la máquina de escribir, pero existe. De hecho ella misma escribió que: «las frases que me han resultado largas, es porque me entusiasmo con las teclas de la máquina». Pero volviendo a la imagen inicial, esa poderosa imagen de un ser humano cantando acompañado de un cordófono es una de las más antiguas de la humanidad. Es probable que desde que empezamos a cantar nos hemos acompañado de algún instrumento, por primitivo que fuese. Así, si nos remontamos hacia el pasado gracias a la imaginación, podremos ver a los antiguos poetas épicos clásicos acompañados de una lira, un arpa, u otro instrumento, inclusive de percusión, cantando las aventuras y desventuras de héroes, dioses, reyes, mercaderes y gentes. Ellos cantaban la historia de su pueblo, daban lección a través de ello a sus contemporáneos, y perfilaban o incluso preveían el futuro de las naciones. Eso, que a primera vista puede parecer lejano y arcaico, sigue ocurriendo hasta nuestros días. Es una tradición que no se ha interrumpido. Homero, Virgilio, Dante, Milton, Blake; todos ellos comparten panteón con contemporáneos nuestros como Pound, Neruda, Bob Dylan, Violeta Parra. Ellos son nuestros virgilios, nuestros guías a la vanguardia del viaje de la vida, señalándonos el camino, siendo nuestros maestros y nuestros espejos.
De los nombres que he dado Violeta resalta por ser la única mujer. Esta cruel omisión es sin duda un tema de estudio profundo y necesario, pero en este espacio no podemos más que enunciarlo. Al parecer de las grandes mujeres que sin duda cantaron la épica de sus pueblos, pocas llegaron hasta nuestros días a través del perverso tamiz de la historia. Algunas, como Hypatia de Alejandría o Hildegarda de Bingen lograron hacernos llegar sus voces desde los siglos. Pero tenemos a dos mucho más cerca, y de capital importancia: Gabriela Mistral y Violeta Parra. Violeta llamaba a Gabriela respetuosamente «la madre» y afectuosamente «la mairina». Para despedirla escribió «Hoy se llora en Chile / por una causa penosa, / Dios ha llamado a la diosa / a su mansión tan sublime. / De sur a norte se gime / se encienden todas las velas / para alumbrarle a Gabriela / la sombra que hoy es su mundo, / con sentimiento profundo / yo le rezo en mi vihuela.» Los vínculos poéticos, tanto en forma y fondo, entre esta «madre» y su «hija» son de gran profundidad e interés, y sin duda tema para un estudio detallado que es imposible hacer aquí.
Así como Gabriela Mistral es fundamental a la hora de comprender la poesía de Violeta Parra, también lo es conocer, aunque sea someramente, su labor de recopiladora e investigadora de la tradición musical y poética de Chile y de América Latina. En esto ella se hermana además con Béla Bartók (de quien escucharemos una pieza hoy) y su amigo Zoltan Kodaly, quienes también, como Violeta hiciera en Chile, recorrieron los campos y los valles de su Hungría natal con una grabadora de cilindros de cera, en busca de las raíces del canto, el canto que es música y poema, ese canto profundo y transversal que emerge puro y cristalino desde el espíritu humano, sobre todo entre las gentes más sencillas, que están más cercanas a la tierra, al origen. Violeta lo encontró, lo estudió y lo asimiló, así como también lo hizo con la tradición poética, y con toda forma artística que estuvo a su alcance. Luego, con todo este conocimiento a su disposición, fue capaz de dar a luz una obra propia, original; fue capaz de cantar con su propia voz para dársela a los que no la tenían. Hizo pasar por su garganta el clamor de los oprimidos, de las víctimas de injusticias, de los desposeídos y los humildes; así como también fue sarcástica, irónica y juguetona a la hora de denunciar el elitismo social, intelectual y político: «Miren cómo sonríen los presidentes / cuando le hacen promesas al inocente. / Miren cómo le ofrecen al sindicato / este mundo y el otro, los candidatos. / Miren cómo redoblan los juramentos, / pero después del voto, doble tormento.»
Quisiera referirme por último a algunos aspectos un tanto más técnicos acerca de la poesía de Violeta, su manejo magistral de las formas poéticas, y la estrecha relación que con ella se hace evidente entre poesía y música. Nosotros los músicos académicos muchas veces nos equivocamos al pensar que nuestra tradición está separada de las demás artes. Como la música se suele concebir como la más abstracta de las artes, es fácil pensar que su tradición corre por una vía única, y que los vínculos con otras artes no son más que anecdóticos. Pero nada más lejos de la verdad. Al no estar separadas en sus orígenes, música y poesía crecieron y se desarrollaron juntas, y se influyeron y se influyen mutuamente. Por ejemplo, el habla es fundamentalmente rítmica, y al recitar o cantar, el ritmo musical está determinado por el texto. En poesía, se habla de métrica al medir los versos por su longitud silábica y esto, junto con la rima –un concepto muy musical ya que tiene que ver con las relaciones acústicas entre las vocales y que fue desarrollado en sus orígenes, se cree, como recurso mnemotécnico–, genera las muchas estructuras que dan origen a las formas poéticas. En música también se habla de métrica, es decir, de la organización de los sonidos en el tiempo a través de una distribución matemática y una correspondiente notación. Lo cierto es que las métricas poéticas son las que dieron origen, por uso, asimilación y extensión, a las métricas musicales. Del habla se pasó al canto, y del canto a la música pura.
En el caso de Violeta, canciones, poemas, como «Mazúrquica modérnica» y «El gavilán» son extremadamente rítmicas y musicales, e incluso si se las recita en lugar de cantarlas, la música emerge sola del texto. Esto es en extremo evidente al mirar el texto impreso de «El gavilán», obra en la cual el uso del texto es tan rítmico y musical que el texto parece casi una partitura. Es prácticamente imposible leer de forma neutra «El gavilán»; leerlo ya es un acto música en sí mismo (leer fragmento). En el caso de la «Mazúrquica», Violeta hace uso de un recurso literario –metaplasmo– llamado paragoge metatónica, es decir, añade fonemas al final de las palabras, para transformarlas a todas en palabras esdrújulas. Esta especie de jerigonza infantil, es un recurso lúdico que ella usa para hacer una contestación sarcástica y violenta a una pregunta fútil.
Lo dicho puede que sirva de punta de lanza para comenzar a ingresar en el misterio de Violeta Parra, para empezar a comprender el por qué su canto nos hechiza, nos remece, nos conmueve en nuestros fueros más profundos. Además ella cultivó tantas artes y oficios, y de forma tan libre y vital, que fue capaz de ser un aporte en cada disciplina que practicó. En ese sentido, fue todo lo contrario a una especialista –cosa tan valorada en nuestros días–; fue una artista completa, que cultivó todas las artes que le fascinaron. Gracias a este espíritu juguetón, profundo y expansivo es que, según creo, su obra mayor, su poesía, su canto, llegó a tales alturas y cala tan hondo en todas las gentes del mundo. Pero aún así creo que el misterio persiste.
Pero bueno, ahora nos toca disfrutar su obra, de modo que dejemos atrás el análisis. Un verdadero análisis de su obra es tema de seminarios y gruesos volúmenes, no de una pequeña conferencia introductoria a un concierto. Hagámosle justicia a Violeta como se merece, en la materia misma del canto. Vamos a vivir a Violeta Parra, vamos a experimentarla. A Violeta se la ha intentado definir muchas veces, incluso yo he cometido el pecado de intentarlo en esta pequeña charla, pero en realidad no se puede. La única forma de definirla, de hablar de ella, es poéticamente.
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